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Erizos de Papudo, con nombre y apellido.

Posted by Papudo | Posted on 21:18

18/08/2011 - Una vez escuché hablar que mi abuelo, de paso por Santiago, vio frente a un restaurante, de los muchos que se apilan en torno a la Estación Mapocho, un pequeño letrero (tipo pizarra) en que se leía: “HOY, ERIZOS DE PAPUDO”.   Mi abuelo Lorenzo, fanático empedernido de estos verdaderos tesoros de nuestra bahía, no dudó ni un segundo y se internó por un estrecho pasillo que terminaba en unas diminutas puertas de madera mal barnizadas, para saborear aquel manjar tan bien ofrecido. La primera impresión del local no fue la mejor, la melancólica oscuridad del pequeño espacio y el denso humo del cigarrillo que  amarillentaba por completo el ambiente, eran tímidamente contrarestado por la luz que se colaba por las mal conservadas ventanas a medio muro que daban a la vieja estación. La cajera, una  gorda parroquiana, de aspecto parco pero muy bien vestida y con un maquillaje sobrecargado que la hacia sobresalir desde las sombras del amplio mostrador, vociferó el nombre del único mozo de la pequeña cocinería -  “Raúl” - gritaba la gorda al hombre que se encontraba en la cocina perdida al fondo de un largo y oscuro laberinto. Los apetitosos aromas y vapores que se escapaban desde la cocina, aplacaban un poco la primera impresión y hacían más llevadera la improvisada y al perecer corta aventura emprendida en esta cocinería del Mapocho.

Mi abuelo, comerciante y carnicero de oficio, conocedor de los artilugios y triquiñuelas propias del vendedor capitalino, pidió una botella de vino (sin destapar) y preguntó si los erizos ofrecidos en el improvisado letrero se encontraban frescos.
“Son del día”- respondió Raúl.
“Tráigame ericitos entonces”-  le dijo entusiasmado mi abuelo.
No esperó mucho rato cuando el mozo, que seguramente oficiaba también de cocinero porque desprendía un olor condimentado propio de varias semanas junto a ollas hirviendo, trajo una generosa fuente de lenguas de erizos, con la clásica receta, que incluye mucho limón, cebollita y perejil finamente picados.
Cuando la fuente estuvo en la mesa, la cara de mi abuelo se desencajó hasta casi llegar al suelo, miró al mozo que aún no se movía de su lado y le dijo: “Estos erizos no son de Papudo”.
“Pero eso es imposible señor, yo mismo los traigo”.” - dijo Raúl un poco aturdido.
“Yo soy de allá mi amigo y las lenguas de los erizos de Papudo son de un amarillo intenso, de apariencia suculenta y del sabor mejor ni le hablo” - remató mi abuelo.
“Discúlpeme señor” - le dijo avergonzado Raúl – “Es que así se venden más rápido” - concluyó.

En aquel entonces, hace cuatro décadas, era cierto lo que aquel mozo y cocinero del restaurante del Mapocho decía, por que el Erizo de Papudo, tenía su fama bien ganada, era un producto con nombre y apellido, así como lo son hoy la Longaniza de Chillán, la Langosta de Juan Fernández, el Pejerrey de Aculeo, el Queso Chanco, entre otros, con un sello que los diferencia del resto de los productos comunes y silvestres, y que les imprime una denominación de origen, muy difícil de alcanzar.

Sin embargo, a lo largo del tiempo esa fama fue decayendo, aunque el Erizo de Papudo siguió siendo el mismo. Probablemente faltó, en algún momento, aquella experticie y madurez para mantener en un alto sitial un producto tan bien apetecido, quizá fue también la extracción indiscriminada y la falta de una conciencia regulatoria para una explotación sustentable del producto, quizá fueron varios los factores que llevaron al erizo papudano casi al anonimato. Hoy ya no se habla del Erizo de Papudo, ni siquiera entre los propios papudanos, muchos de los cuales posiblemente nunca han escuchado del esplendoroso, magnífico y glorioso pasado del erizo de lengua amarilla y suculenta, manjar y delicia de nuestra bahía, que de vez en cuando y con mucho gusto, llevamos a nuestra mesa.

Por Bruno Arcos Arenas.