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El pueblo del golf

Posted by Papudo | Posted on 20:26

El Mercurio

Son astros de los palos que se olvidan de la etiqueta, no de las reglas. Un pescador retirado, un taxista, un carnicero, un albañil, estudiantes, dueñas de casa y muchos más se juntan cada domingo en la tarde para jugar en el campo de Papudo. Uno de los deportes más elitistas de Chile, desmaquillado y festivo.

Hace años, un socio le pidió a un caddie que jugara con él. El caddie, que conocía de memoria cada centímetro de esa cancha, acertó un hoyo en uno en el cinco. Entre sorprendido y orgulloso, el socio le ofreció al caddie un putter de regalo por su hazaña. Y el caddie respondió: ¿Para qué, si no lo necesito?.
Sergio Díaz es quien cuenta su anécdota mientras camina por ese mismo hoyo cinco del Club de Golf de Papudo, un par tres imposible para cualquier afuerino, porque los árboles tapan la vista del green desde el lugar de la salida, arriba en el cerro y al otro lado del arroyo seco.
Díaz alterna el acarreo de palos con pololitos en la construcción. Pero es domingo, tres de la tarde, y no está trabajando, sino jugando. Sus compañeros de grupo no son socios del club necesitados de compañía y competencia, sino un cuidador de la vecina cancha de Cachagua, un profesor de golf y una dueña de casa. Todos fanáticos y excelentes jugadores, como buenos papudanos.
¿Qué pasa en este balneario? ¿El pueblo se alzó contra los señores y se tomó el club de golf, burbuja del ABC1 en casi cualquier otro lugar de Chile? ¿Una revolución? Quizás lo sea. Ojalá lo sea. Pero aquí no hay sangre, ni lucha de clases, ni sectarismo. Es Papudo, el pueblo del golf.

La tradición

El de Papudo es un club tan tradicional como la ciudad misma. Fue inaugurado en septiembre de 1933, gracias a la iniciativa de Luis Harnecker (un socio de Los Leones que tenía su casa de descanso en este lugar) y la cesión de la familia Irarrázaval de un predio a sólo un par de cuadras de la plaza.Desde su nacimiento, fue un lugar especial. No hubo grandes movimientos de tierra y los doce hoyos fueron trazados por el sinuoso terreno, en medio de quebradas y bosques de pino y eucaliptus. Los greens son de arena, lo que obliga a pasar una alfombra y alisarlos en la trayectoria que debe seguir la pelota.

Y también estuvo en sus bases la integración con los lugareños. A mediados del siglo pasado fueron los pescadores de la caleta, que, invitados por los fundadores, tomaron sus primeros palos.O los hacíamos con madera que sacábamos de los pinos y un pedazo de lata. ¿Las pelotas? De cochayuyo, relata Pedro Encina, uno de los que juega en esta tarde de domingo, como todas las tardes de domingo. Mi padre, Miguel, que en paz descanse, fue el primer caddie master del club y nosotros nos criamos aquí, explica, apuntando hacia la calle del hoyo uno. Pedro, claro está, es uno de los once hermanos de Guillermo Encina, ex campeón de Chile y actual integrante del European Senior Tour, el segundo circuito más importante del mundo para mayores de 50 años.
Pero Guillermo no es el único hijo de esta añosa fiebre de golf en Papudo. También están Emilio Palacios, Anisio Araya y los dos Juan Encina, uno hermano y el otro sobrino del más famoso deportista papudano. Y los locales dicen que viene otro en camino: Aníbal Reinoso, de once años, quien tiene un permiso especial de los socios para entrenar también en la semana.
Porque en 1978 la relación entre el club y el pueblo se formalizó con la creación de la filial, que hoy tiene más de ochenta socios, cuarenta de los cuales juegan en esta tarde de domingo, como todas las tardes de domingo. ¿Cuáles son los requisitos de membresía? Nada de acciones millonarias ni invitaciones exclusivas: hay que ser papudano, pagar seis mil pesos de inscripción, cuatro mil más al año, mil para jugar cada campeonato dominical (los niños cancelan la mitad) y seguir las reglas de cortesía del deporte.Para nosotros, es muy importante enseñar a través del golf, cuenta Palmira Encina, otra hermana de Guillermo y excelente jugadora. Todos tienen que comportarse bien, respetarse y ayudar a la filial. Aparte de eso, el club nos pide que en los días previos al Abierto de Papudo hagamos una limpieza general de la cancha. Y nosotros no jugamos entre diciembre y marzo, porque en esa época hay vacaciones y viene a veranear la mayoría de los socios de Santiago, agrega.

El carnicero y la placa.

Haroldo Guerra es el carnicero del balneario. Entre el tapapecho y las prietas, guarda maderas y fierros. Su familia se enoja, porque a veces en la semana pasa un amigo, lo tienta, agarra los palos y se viene a jugar toda la tarde, se ríe Juan Manuel Encina, actual administrador y, como un tercio del pueblo, pariente de Guillermo. Paréntesis: el 90 por ciento de la población de Papudo es Encina, Reinoso o Guerra. O una mezcla de las tres.

Pero el domingo, con permiso, Haroldo baja la cortina a la hora de almuerzo y sube al club caminando. O en el taxi de Juan Reinoso, otro de los jugadores, que se reúnen a las 13:30 para un nuevo torneo. A esa hora ya se han ido los últimos socios. Obviamente, pueden jugar con nosotros. Pero pocas veces lo hacen, porque la mayoría es de la capital y tiene que volver, dice Juan Manuel.
El administrador ve entrar al acogedor y sencillo club house a Aurora Sagredo, una abuela en excelente estado físico, y le lanza una talla: Chis, Aurora, que estai flaca... Vas a tener que echarte piedras en los bolsillos pa' no salir volando. Los dos ríen, como todos durante la tarde. Habrá respeto por las normas y la cortesía, silencio al momento de golpear, líneas que no se pisan en el green, pero jamás se pierde la alegría. Las bromas vuelan de bandera a bandera y de veteranas a escolares. Yo empecé a jugar hace ocho años, para sanar los nervios, que andaban muy malos. Ahora tengo hándicap ocho y hasta he ganado el torneo acá, cuenta Aurora. ¿Mi marido? Claaaaaro que juega, pero ahora anda cazando, porque estamos en temporada, relata.
Casi todos juegan en familia. Casi. Luisa Vergara llega cuando la jornada está en curso, enfundada en un grueso chaleco. Ella es de La Ligua, pero se casó con Pedro Encina y se vino a Papudo. No me gusta esta cuestión. Andar pegándole a una pelotita todo el día, pfff, qué aburrido. Y lo peor es que mi hijo Elías salió fanático y no hallo cómo convencerlo de que estudie, reclama sentada en la terraza del club house y en voz baja, casi midiendo el sacrilegio.
Mientras tanto, su esposo trata de superar al Gran Mastín, la gigantesca roca que desafía desde la mitad del fairway a los que salen en el hoyo cuatro y que recuerda a Julio Alcalde, uno de los fundadores y quien recibía el apodo de Mastín. Al pasar por el lugar, Juan Manuel Encina recuerda otra historia: Aquí había una placa conmemorativa. Se la robaron. Un día, Guillermo estaba jugando en uno de los clubes más pitucos de Santiago y la encontró allá. Esto es de Papudo, les dijo a los encargados. Hoy la tenemos de vuelta, relata. Y se larga a reír de nuevo.

A la convivencia.

El día ha estado bueno para unos y malo para otros, como siempre. Eugenia Navarro, otra abuela que agarró los palos para sanar la reuma y la depresión, acertó dos hoyos desde afuera del green, pero embarró su tarjeta más adelante. A veces veo golf en la tele hasta tarde, pero lo que me gusta es jugar. Para mí, es la única distracción. ¡Y cómo me tiene!. Activa y feliz, así la tiene. Sus nietos le sacan la bolsa durante la semana, como al resto, y se ponen a jugar en la calle. Los mismos que en otro lado colocarían piedras para hacer arcos de fútbol, en Papudo cavan hoyitos junto a los postes de luz, para poder seguir hasta la noche. Acá todos juegan golf. Si hasta la escuela municipal hace sus horas de educación física en el club, cuenta Palmira Encina, que es la tesorera de la filial y recauda casi un millón de pesos al año entre torneos, donaciones y tardes recreativas, lo que permite renovar equipos, entregar premios y hasta ayudar, de vez en cuando, a un vecino en apuros.El campeonato terminó, el asado está listo y las damas anuncian el menú: Chuletas de cerdo y ensalada de pencas. Bromas de nuevo. La noche está instalada sobre la bahía y el club house bulle. No hay whisky como en otros lados, pero sí un buen tinto. El panadero conversa con el jardinero, las dueñas de casa cotorrean en un rincón y los más jóvenes se impacientan.

Llega la hora de la premiación. Aplausos y besos por categoría. Nadie abre el regalo, porque no es lo que importa. Al final, en siete días más será otra vez domingo en el club más democrático e importante de Chile.